Ingmar Bergman. No se puede empezar de otra forma un artículo sobre él más que con su nombre. Un artista que esta semana llena completamente la cabecera de El Hombre Difuso.
Toda la ansiedad que llevamos con nosotros, nuestros sueños frustrados, la incomprensible crueldad, nuestro temor a la extinción, la dolorosa mirada interior a nuestra condición terrenal, han erosionado lentamente nuestra esperanza y cualquier otra salvación. El bramido de nuestra fe y la duda contra la oscuridad y el silencio es una de las pruebas más terribles de nuestro abandono y de nuestro aterrorizado e indescriptible conocimiento.
– Alma en Persona, de Ingmar Bergman –
El autor sueco nacido en Uppsala era hijo de Erik (un pastor luterano) y Karin Åkerblom. La religión y la metafísica en sí lo marcaron desde su niñez hasta convertirse en temas recurrentes en sus películas. El amor, el dolor, la muerte, el perdón, la misericordia y la relación entre padres e hijos y con Dios comprenden el abanico que Bergman trató de cuestionar en cada una de sus historias.
El séptimo sello (1957) de Ingmar Bergman
Nos sentimos irremediablemente atraídos por sus películas porque nos vemos reflejados. Porque a cada uno nos afecta de una forma diferente y del mismo modo en que sus personajes interrogan sus consciencias, nosotros mismos somos interrogados. Su forma de rodar lo refuerza, con un tempo pausado que permita asimilar y reflexionar sobre lo que estamos viendo. Una influencia que nos recuerda a Andrei Tarkovsky y que Bergman confirma al decir: «El descubrir a Tarkovsky fue un milagro para mi».
Considerado como uno de los más grandes (si no el mayor) cineastas de la historia, Bergman siempre tuvo libertad para desarrollar sus trabajos según su criterio. Muestra de ello es que impidiera el estreno de Saraband (una película donde recupera a los personajes de Secretos de un matrimonio para situarlos 30 años después) en el Festival de Venecia pues no estaba satisfecho con la calidad de la transcripción en 35mm (originalmente la filmó en HD).
Como en un espejo (1961) de Ingmar Bergman
Dedicó su carrera al cine (empezando como guionista) y al teatro (del que nunca se desvinculó). Su obra da para una gran tertulia con títulos como El séptimo cielo, Fanny y Alexander, El manantial de la doncella, Fresas salvajes, El rostro… en los que introdujo temas y elementos subversivos para la época. Sin embargo hoy nos centramos en Persona. Quizás su película más personal y donde se expone todo el universo en el que se basa el cine de Ingmar Bergman. Un film que en su día fue difícil de ver y que sin embargo es considerada por muchos como su obra cumbre.
Persona (1966) de Ingmar Bergman
Rodada con absoluta libertad, Bergman dio rienda suelta a sus obsesiones. Temas que estaban vinculados, como en todas sus películas, con la infancia. Él decía: «Creo que todo lo que he hecho, cualquier cosa de valor, tiene sus raíces en mi infancia», así como: «A veces, por la noche, cuando estoy en el límite entre el sueño y la vigilia, puedo entrar por una puerta a mi niñez y todo está como estaba entonces, con las luces, los olores, los sonidos, y la gente… Recuerdo la calle silenciosa donde vivía mi abuela, la agresividad del mundo de los mayores, el terror por lo desconocido y el miedo a las tensiones entre mi padre y mi madre.»
Persona (1966) de Ingmar Bergman
Y es que en el cine de Bergman nada está puesto por casualidad. La impecable fotografía de Sven Nykvist con marcados contrastes que al mismo tiempo resultan naturales, la posición de cámara alterando el plano/contraplano para ofrecer otros puntos de vista en los que se establece una simbiosis entre los dos personajes principales, el inicio, los títulos de crédito y el final con imágenes inconexas que resumen los temas de Bergman (la araña como el Dios ausente, los clavos y el cordero símbolo del cristianismo, el preso perseguido por la muerte de la que no puede escapar, el pene erecto como pulsión sexual, elementos del cine como el arte y la ilusión…). Nada se deja al azar.
Como en un espejo (1961) de Ingmar Bergman
Elisabeth Vogler, una actriz de teatro (interpretada por la que sería su mujer Liv Ullmann) que pierde la voz representando a Electra ya dice mucho. Y más cuando esa pérdida viene por una decisión propia. Alma (interpretada por Bibi Andersson), una joven enfermera, se encargará de cuidarla en la casa de la doctora jefe situada en una isla (otra referencia a su propia vida, pues rodó y vivió largo tiempo en la isla de Fårö donde moriría el 30 de julio de 2007 con 89 años). Lo que al principio resulta una cordial amistad en la que Alma (curioso nombre) se abre a Elisabeth acabará por convertirse en una angustiosa relación en la que ambas serán cuestionadas inquisitivamente acerca de las máscaras que llevamos en nuestro día a día. Porque en definitiva el cine de Bergman se resumen en eso: ¿Quiénes somos? ¿En quiénes nos convertimos con el paso del tiempo? ¿Qué hay más allá?
¿Crees que no lo entiendo? El sueño imposible de ser. No de parecer, sino de ser. Consciente en cada momento. Vigilante. Al mismo tiempo, el abismo entre lo que eres para los otros y para ti misma, el sentimiento de vértigo y el deseo constante de al menos, estar expuesta, de ser analizada, diseccionada, quizás incluso aniquilada.
Cada palabra una mentira, cada gesto una falsedad, cada sonrisa una mueca.
¿Suicidarse? ¡Oh, no! Eso es terrible. Tú no harías eso. Pero puedes quedarte inmóvil y en silencio. Por lo menos así no mientes. Puedes encerrarte en ti misma, aislarte. Así no tendrás que desempeñar roles, ni poner caras ni falsos gestos. Piensas. Pero, ¿ves? La realidad es atravesada, tu escondite no es hermético. La vida se cuela por todas partes. Estás obligada a reaccionar. Nadie pregunta si es real o irreal, si tú eres verdadera o falsa. La pregunta sólo importa en el teatro. Y casi ni siquiera allí.
– Doctora jefe en Persona, de Ingmar Bergman –
No desvelaré más. Tan sólo recomendaros absolutamente toda la filmografía de este difuso entre los difusos y que leáis cualquier cosa relacionada con él. Y aunque Bergman no solía ver sus películas pues decía: «Me siento tan alterado, y me entran deseos de llorar. Me siento fatal. Creo que es espantoso» yo os digo que no os arrepentiréis.